La chef exploradora
La chef exploradora
Este es un lugar común: a Elena Reygadas le gustó cocinar desde niña. Este no lo es: cuando su padre tuvo problemas del corazón, y en ella se despertó un fructífero interés por la nutrición. “En mi casa de un día al otro se cambió la alimentación brutalmente – dice–. Pasamos a estar muy conscientes de lo que comíamos.” Mucho pescado, mucho grano, mucha verdura, mucha fruta. “Todo eso me encantó.” En algún punto pensó en estudiar nutrición (o cocina pero, dice, hace unos veinte años no había muchas escuelas). Parejamente, aunque no tenía muy claro qué, quería estudiar humanidades en la UNAM. Se inscribió en filosofía (“No entendí nada”) y terminó en letras inglesas (“Quería leer”).
Y al tiempo que estudiaba esa carrera –de la que se graduó con una tesis sobre los espejos en The waves de Virginia Woolf– se daba tiempo para hacer prácticas en restaurantes. Pasó por el Teatrón, por el Champs Elysées. Elena estaba inquieta. Entró al centro de documentación del museo Carrillo Gil, luego al Tamayo (“Quería ser crítica de arte”). Cocinaba en las fiestas del director del museo. Y luego, en 2001, su hermano, Carlos Reygadas, filmó su primera película: Japón. Le pidió que ella se encargara de alimentar al equipo. Y se fue a la sierra de Hidalgo ese verano. Al volver dijo: “Ya. Quiero aprender cocina en serio.” Eso es justamente lo que hizo.
Luego de un paso por la escuela culinaria en Nueva York y varios años de chamba en Londres, donde se pulió en el restaurante Locanda Locatelli, en 2010 abrió Rosetta en la colonia Roma, un barrio que empezaba a suceder. (El suceso de la Roma se debe, parcialmente, a Rosetta.) Se podría decir que en principio Rosetta fue un restaurante que hablaba español con marcado acento italiano. Pero el paso del tiempo y la curiosidad totalizadora llevaron a Elena a probar y conocer más y mejores productos mexicanos; a indagar sus posibilidades; a relajar el brazo. Hoy la cocina de Rosetta es geográficamente imprecisa. Bueno para todos: Elena no está atada al grillete de ninguna tradición. La suya es una cocina exploradora, de gran olfato; está marcada, en parte, por la sorpresa (por el asombro), pero mucho más por la inteligencia, o mejor dicho: por la clarividencia.
No en un sentido paranormal, claro, sino por la capacidad de comprender y discernir claramente las cosas –los ingredientes y los posibles resultados de su interacción–, por la penetración y la perspicacia. A nadie podría sorprenderle que Rosetta esté lleno todo el tiempo. Ojalá que siempre esté así.
Si le preguntan a Elena por su oficio, es probable que responda: “Panadera.” Rosetta fue desde el principio una de las mejores panaderías de la colonia. Su pan, naturalmente, era para consumo el restaurante, pero en algún punto la gente empezó a pedirlo para llevar; otros restaurantes quisieron surtirse de pan ahí –el campesino, la focaccia han sido exitosísimos–: “De pronto ya no nos dábamos abasto y empezamos a pensar en abrir una panadería aparte.” Corte: a media cuadra de Rosetta, en 2012, abrió la Panería (o Panadería, dependiendo a quién le pregunten). Abarrotado. En 2013, Elena abrió una nueva panadería, ahora en la colonia Juárez. Una adición feliz a ese barrio pujante. ¿Y qué sigue? ¿Una pizzería? ¿Un restaurante /huerto fuera de la ciudad? Elena no quiere decir. Pero nosotros sabemos que estaremos en buenas manos.
Elena no está atada al grillete de ninguna tradición. La suya es una cocina exploradora, de gran olfato.